La vejez
Vivimos en una sociedad muy hedonista y narcisista, en la que envejecer es vivido como una enfermedad. Tenemos que conservar la juventud a cualquier precio y esto es aveces, muy caro. No solo por alto precio de los productos anti-aging, sino porque como individuos nos privamos de una etapa muy importante. En muchas tradiciones la vejez es muy valorada, ya que es un tiempo para privilegiar el desarrollo espiritual y el contacto con lo trascendente.
Para entonces se supone que ya hemos cumplido con nuestras responsabilidades familiares y económicas. Ya es tiempo de estudio, meditación y reflexión. Es tiempo de abrirnos a las grandes preguntas y ensayar agunas respuestas, de prepararnos para la muerte, de explorar el gran misterio.
La sabiduría de aquel que vivió, experimentó, y luego interiorizó y reflexionó, de aquel que vio y sabe, de aquel que puede abrazar mayores porciones de la realidad porque aprendió, es lo que permite aceptar lo que «es».
La conciencia de hechos internos y externos nos recuerdan la realidad. Contemplar la realidad y lo cotidiano, y alimentar nuestra interioridad, yendo hacia adentro, porque cada momento de la existencia es único e irrepetible.
Los ancianos son las guardianas del conocimiento para las próximas generaciones, nos hablan de desafíos que debemos enfrentar para la cotidianeidad y de las distintas posibilidades de respuesta que los seres humanos hemos ensayado. Nos cuentan de la vida en el planeta en su complejidad y de su belleza, que no excluye el dolor, la tristeza y la destrucción.
Envejecer no es garantía de sabiduría, pero es una posibilidad que cuando ocurre, es una bendición para toda la comunidad.